El duende contra la mafia

El Fary, hombre de talentos insospechados y dueño de un 1430, se encontraba en su hábitat natural: esperando clientes frente al Ritz, con la gorra ladeada y el aire de quien lleva las riendas del destino, aunque esas riendas sean de nailon. Por supuesto, el Malaguita, eterno competidor y ocasional colega, no podía resistirse a sacarlo de su modorra. «Fary, que el portero está cabreado, mueve el culo que estos dan buenas propinas.»

«Joder, Sebastián, estate tranquilo que hasta les canto si hace falta. La devuelvo preñada y feliz.» El Malaguita no se inmutó; ya conocía las excentricidades del Fary. «Calla, garrulo, que son artistas yankies.»

Y vaya artistas. Cuando la pareja subió al taxi, el Fary casi se atraganta con su propio ingenio. ¿No son estos el Sinatra y la Gardner? pensó, mientras trataba de que su duende no le delatara como el verdadero artista de la noche.

El destino era evidente: Montjuïc, el castillo, las vistas. Y si se ponían románticos, él podía hacer tiempo mientras el taxímetro subía como espuma.

Entre frases en inglés macarrónico del Fary y una bota de vino que iba de mano en mano, Ava Gardner parecía encontrarse en su elemento. «Este vino del Ritz es como tú, taxista: fuerte, pero con clase. Muac.» Sinatra, en cambio, no dejaba de tirar pullas, ya celoso de un español que, según Ava, cantaba mejor que él. «Calla, Frank, este hombre tiene más duende que tú y además sabe hacerme reír.«

El taxi llegó al castillo, pero no fue necesario que el Fary explicara las vistas; Ava había decidido que la noche era suya. «Ahora soy vuestra. Besadme, los dos.» Y aunque Sinatra podía ser La Voz, esa noche el Fary era el verdadero rey, con su reciente maqueta de Torito Bravo en el corazón y una historia que no tenía lugar ni en los salones de Hollywood ni en los callejones de Baltimore. Porque, claro, el duende era suyo, y la Gardner, también.

Sinatra no solo era celoso, también era ambicioso. Apenas aterrizó en el Ritz, quiso llevar su talento y el del Fary a los estudios de Edigsa. Un taxista componiendo y cantando al nivel de Sinatra, ¿qué podría salir mal?

Todo, evidentemente. Pero el equipo de Edigsa estaba demasiado emocionado como para notarlo.

Entre trompetas de Miles Davis y saxos de Grover Washington, el Fary creó algo que incluso Sinatra tuvo que aceptar: Torito Bravo era más potente que cualquier My Way.

Pero claro, los celos son un monstruo implacable. El día que el Fary se negó a dejar entrar a Sinatra al dormitorio mientras estaba con Ava Gardner, fue la gota que colmó el vaso. En un ataque de furia, Sinatra destruyó los masters del álbum, dejando solo dos temas que, según el equipo de Edigsa, «eran la mejor mierda que habíamos escuchado desde el White Album.”

Poner el cabezón del Fary en la almohada de Ava Gardner era, para Sinatra, una ofensa imperdonable. El tipo había luchado media vida por ser el Rey de la noche y ahora un taxista bajito con un 1500 con motor Barreiros le robaba no solo la fama, sino también a su diva.

Pero claro, Ava, que ya estaba hasta el moño de Sinatra y sus aires de capo, encontró en el Fary algo que ningún mafioso podía darle: tapas, flamenco y una dosis brutal de desparpajo castizo.

¿Y qué hacía Ava Gardner en un piso de Hospitalet, en los Bloques Onésimo Redondo? Pues engordar a base de bravas, olvidar los berrinches de Sinatra con cerveza en el Pigmentón y, de paso, mezclarse con la fauna del barrio.

Dicen que se tiró por encima de la alambrada para ver a los Pecos en Montjuïc y acabó apaleada por la seguridad. Una auténtica española de adopción: cañas, porrazos y dramas a cada paso.

Mientras tanto, el Fary, que vivía esta historia como si fuera la trama de Torito Bravo, la subió en su taxi por las escaleras de Montjuïc. No era Arlington con las velas en la tumba de John Kennedy pero las vistas al cementerio eran románticas en su estilo. Allí la hizo suya para siempre, con vistas al puerto y al cementerio. Unidos más que en cualquier boda gitana.

Al día siguiente, se cruzaron con el Papa en Sants que venía de unas celebraciones religiosas en Plaza España por los Juegos Olímpicos. Bendiciones a un lado, Ava seguía en el delirio etílico, recordando a Sinatra como un mal sueño.

Pero Hospitalet, “La ciudad sin ley”, no iba a permitir una historia de amor tranquila. Llegaron tres Mercedes negros, lo nunca visto en La Florida, y de ellos salieron los matones de Sinatra, armados y con ganas de llevarse a su diva de vuelta.

Entre abucheos de los vecinos, metieron al Fary en el maletero como si fuera una bolsa de patatas y, para cerrar el espectáculo, arrastraron a Ava mientras esta gritaba a un vecino: “¡Me lo he pasado como nunca!”

De ahí al Ritz, donde Sinatra mandaba y Ava flotaba en la piscina, más María Antonieta que nunca. Sin embargo, no contaban con una cosa: Ava Gardner, por muy borracha que estuviera, no era de las que olvidaban fácilmente un buen momento, y con el Fary había tenido muchos.

Mientras el Fary se recomponía de los golpes en un charco del Llobregat Ava tramaba un plan. Había probado la dulzura del duende español y no estaba dispuesta a volver al mafioso Sinatra y sus guerras de poder. Se presentó en Bellvitge, y con más determinación que glamour, lo sacó del hospital.

El Fary, mientras masticaba un bocata en La Campana, aceptó lo inevitable: “¿Lo harás por mí?”, le dijo Ava, deslizándole una Colt cargada. Pero el Fary, fiel a sus raíces, escogió algo más noble: “Por ti, mi Faraona, pero lo haré con mi navaja sirlera.”

El plan era brillante en su absurdo: matar a Sinatra y reemplazarlo con Antonio Molina, el único con talento suficiente para ser La Voz. Más que un asesinato fue un ajuste el deshacerse de Sinatra y sus amigos mafiosos.

Cirugía estética mediante y un cursillo rápido de inglés a lo Dickens, Antonio Molina estaba listo para su debut en Las Vegas.

Mientras Antonio Molina cantaba My Way mejor que el propio Sinatra, Sammy Davis Jr. olisqueaba algo raro. “No fumas, no bebes y ahora tienes ese acento… ¿Qué está pasando, Frank?”, preguntó. Pero el Fary, siempre en segundo plano, no toleró la insolencia y lo agarró del cuello. Por suerte, Ava calmó los ánimos con un grito que resonó hasta en Sallent, donde Molina había dejado la mina para convertirse en el mejor Sinatra que nadie había visto.

Las fotos del nuevo “Sinatra” y El Fary inundaron las portadas de Rolling Stone, con titulares como: “Un Sinatra más alto y con más voz”

Ava, más feliz que nunca, miraba desde la contraportada, sabiendo que había cambiado al mafioso original por dos genios que, juntos, reescribían la historia del espectáculo.